Por Enrique Cortés
Con este título Mario Polanuer, intentaba dar cuenta de las características que envuelven a los grupos; allí se partía, por lo menos así lo descifré yo, de la siguiente hipótesis: La subjetividad humana se construye a partir de la relación con el otro. De ahí que percibir que el otro es otro sujeto, tanto como uno mismo, y a la vez tan diferente es tan complicado, e insoportable, como ver lo que en él hay de igual en uno. Me atrevería, incluso, a decir que la relación que cada uno de nosotros tiene con el grupo parte de alguna manera con esta vivencia.
Por un lado tendemos a buscar el ideal que nos aúna con el otro, esa imagen que nos funda; por el otro están las palabras, palabras necesarias para que el pacto se instaure, un pacto que requiere que cada uno de los que lo suscriben reconozca de la existencia del otro.
Encontramos grupos donde la exaltación a la imagen de sí llevan a sus componentes a confundirla con el ideal, son grupos donde todos los integrantes han identificado la figura del líder con la de su propio ideal, y lo seguirán hasta la muerte. Se trata del impulso a la masa. Freud en su Psicología de las masas y análisis del Yo y Elías Canetti en Masa y Poder, dan cuenta de ello.
Esto se entiende porque en la reunión de los miembros de una masa alrededor de su líder se produce un goce, un sentimiento de completud; y es más en estos grupos el diferente es un traidor, un enemigo que debe ser aniquilado. A esto hay que añadirle que el mismo dirigente, maestro o gobernante, el poder propio del cargo, le ofrece un señuelo, una tentación de índole narcisística.
Ahora bien, si la consistencia que lo anterior da al grupo es más bien necesaria, su exceso termina haciendo la vida imposible a sus integrantes, ya que lo que construye o subjetiviza es el riesgo de no sentirse unificado.
La característica fundamental de un grupo que resiste al impulso a la masa reside en la función que se le reserva a la palabra. Pero las palabras promueven más preguntas que aseveraciones, más cuestionamientos que certezas y se tiene la sensación de que las cosas se escapan.
Estando así las cosas, se pone en primer plano una cuestión ética, donde para cada sujeto se presenta una alternativa: sustraerse o entregarse a la expectativa de goce que genera el grupo. Cuando puede darse cuenta, se ve obligado a elegir. Si no se da cuenta, elige sin saberlo.