jueves, 6 de mayo de 2010

Sobre el acto analítico

Por Carlos García Requena laventananegra@hotmail.com

Más allá de que las intervenciones no son propiedad de nadie, hoy me propongo hablar de aquellos modos de proceder que como herramientas de trabajo son utilizadas dentro del encuadre psicoanalítico y de los efectos que a partir de ellas se producen en el paciente. Empecemos por el principio.
¿Qué es el acto psicoanalítico? Son las intervenciones propias del psicoanalista, sus formas de hacer o herramientas específicas que están orientadas a propiciar la emergencia del sujeto del inconsciente.
Intervenir supone siempre la existencia de un antes y un después, de algo que pasa a ser otra cosa.
Frente a otras formas de hacer como la dominante en el modelo médico, donde el individuo llega con su dolencia y se coloca en posición pasiva ante el médico que le dice lo que tiene que hacer desde el lugar del saber, el acto analítico trata de ayudar al individuo a recuperar el estatus de sujeto-activo, lo que implica un reencuentro con su propio saber sobre sí. En este sentido, las intervenciones del analista van en la línea de que el individuo se reapropie de lo suyo y renuncie a la trampa de remitirse al otro, lo que supone en definitiva un acotamiento de su forma de goce. De la misma forma, todas las intervenciones que van orientadas a limitar aquellos comportamientos en los que el analista puede percibir la presencia del goce (llegar tarde a consulta, quejarse continuamente, pedir continuamente cosas al analista, etc.), están contribuyendo a la constitución de un sujeto donde antes había un objeto de goce.


Como son siempre dos caras las que tiene el síntoma, la intervención se plantea para incidir sobre ambas, aunque esto implica diferentes formas de proceder.
Intervenir sobre la parte significante del síntoma, implica ir dándole sentido a lo que le ocurre al paciente a través del desciframiento o análisis de las raíces del inconsciente. Raíces que aunque desterradas de la conciencia, participaron en ese proceso de construcción de un malestar concreto y no de otro. ¿Por qué un sujeto tiene fobia a los gatos y no a las gallinas?... ¿por qué se le duerme un brazo y no se deprime?. Cada sujeto produce síntomas porque su propia historia ofrece una serie de significantes que se intrincan y relacionan para que el síntoma sea el que es. La intervención sobre esta cara del síntoma supone un análisis que va a permitir poco a poco seguir el camino inverso de cómo se construyó y que terminará en el encuentro de un nuevo sentido a lo que le pasa. Puntuación, escansión, interpretación, construcción, insatisfacción de la demanda, etc., son intervenciones destinadas al desciframiento del síntoma.
Sin embargo, intervenir para descifrar el significado del síntoma no es suficiente.  De eso se dio cuenta Freud cuando tras ayudar a que sus pacientes comprendieran la relación entre sus síntomas y sus historias personales, éstos mejoraban durante un tiempo, pero volvían a recaer más tarde. Por lo tanto, hemos de pensar que hay algo más allá de lo cualitativo del síntoma. Algo que lo hace insistente y repetitivo. Se trata de la vertiente compulsiva que empuja a la repetición, una cara pegajosa que lo hace resistente porque aporta al individuo cierto grado de goce del que no es fácil despegarse.
Mirada desde otro lugar, esta vertiente repetitiva del síntoma tiene que ver con lo que llamamos el fantasma, que en definitiva, no es ni más ni menos que el conjunto de respuestas que a lo largo de la vida, cada cual se va dando a la pregunta: ¿qué quiere el otro de mí?. En la medida que cada cual imagina posibles respuestas a esta pregunta, va colocándose en una posición de objeto capaz de completar al otro, de borrar cualquier presencia de la falta en él, pero también de desterrar cualquier atisbo de falta en uno mismo. Por lo tanto, el fantasma es una estrategia para no tomar conciencia de la propia castración. Sin embargo, en ese imposible de dar esquinazo a la falta, el sujeto queda atrapado, repitiendo una y otra vez, la misma posición subjetiva que sin duda determina sus relaciones con el mundo.
Para ir desmontando esta tendencia a la repetición, la intervención va en el sentido de ayudar al sujeto a que se de cuenta de cómo, más allá de las situaciones y los contenidos, repite lo mismo en diferentes ámbitos de su vida. Uno de esos ámbitos donde la repetición se deja ver es la transferencia, por lo que el analista tendrá ante sí, sin salir de las paredes de su consulta, muestras de cómo el sujeto se lo monta y oportunidades de ir dejando a la vista el absurdo de esa relación que ahoga su deseo y lo somete al Otro.
Contextualizado el acto analítico, y habiendo dedicado unas palabras a cómo se actúa sobre la cara repetitiva del síntoma, hablaremos ahora de las distintas intervenciones que el analista maneja para intervenir sobre la cara significante del síntoma.
En relación a cada tipo de intervención utilizaré diferentes ejemplos procedentes de un caso clínico que traten de dar cuenta de aquello que yo he podido comprender al respecto de  las intervenciones del analista, sin esconder que me he encontrado con diferencias de concepción entre diferentes autores, evoluciones de los términos y algunas lagunas en cuya comprensión aún no he podido afinar.
Se trata de un paciente que ha vivido bajo la sombra de un linaje femenino siniestro que le atrapa y le impone silencio y un padre que se desmarca del auxilio y se alinea sumisamente a la voluntad de la madre.
La puntuación o subrayado son formas de resaltar en el discurso del sujeto una figura que al analista le interesó destacar sobre el fondo, un significante que llama la atención y merece la pena resaltar. Mediante la puntuación, el analista sugiere otra lectura posible sin decir cual es, sin que esta sea clara ni coherente. Aún sin saber a qué remiten, el analista puntualiza los significantes del discurso del paciente, ayudándole a concebir la posibilidad de la existencia de otros sentidos provenientes de otro nivel de significación que se ubica en el inconsciente.
El analista puntualiza con una exclamación (¡Ah!, ¿eehhhh?, etc.), un gesto (asombro, incredulidad, sonrisa, etc.), una expresión (¡qué increíble!, ¿eso te dijo?, etc.), o cualquier manifestación que tenga la intención de poner un punto de atención sobre lo ocurrido. Otras veces, la puntuación se lleva a cabo repitiendo las mismas palabras o los gestos que el paciente dijo o hizo, y entonces, el efecto se produce porque el paciente las escucha por boca de otro, lo que produce cierta sorpresa y un cambio el foco de atención, que se concentra sobre el significante señalado y puede permitir la apertura de nuevas vías asociativas. Es importante la literalidad para que el paciente reconozca las palabras o los gestos como propios, porque en caso de que el analista ponga de su propio material, la intervención no tendrá el efecto oportuno.
Podemos llamar puntuación, subrayado o cita a esta forma de intervención, pero en cualquier caso, se trata de un señalamiento que se produce sobre diferentes manifestaciones que el paciente realiza. Se puede señalar un gesto, una palabra, una frase entera, un lapsus, o incluso recoger dos significantes que el sujeto ha mencionado en diferentes momentos para ofrecerlos unidos fuera del contexto original. El efecto, es siempre el enfatizado de lo que se puntualiza y un cambio de atención que posibilita la emergencia de nuevos sentidos y asociaciones.
En una de las sesiones del caso clínico que utilizaré para ilustrar este texto, al hablar de su desacuerdo con ciertos aspectos domésticos, el padre de mi paciente, compinchado con su madre, le dice: “tú lo que tienes que hacer para que te vaya bien es ser falso y callar”. Sin decir palabra, puntualizo lo dicho esbozando un gesto de enorme asombro que parece enfatizar su propio enfado al respecto. El simple gesto de asombro por mi parte tiene el efecto de detener al paciente, sacarle de la resignación y llevarle a la conciencia de un enfado del que no parecía darse cuenta legitimizándole entonces en el derecho de no estar de acuerdo con su padre. Esto lo señala en otra sesión posterior :
-         “Yo no voy a hacer lo que no creo que deba hacer... no quiero callar en mis opiniones ni en mis sentimientos, porque eso me lleva a sentirme desilusionado, como un zombie... eso es lo que me pasaba este tiempo atrás... ni sentía ni padecía”.
Otra forma de puntuación tiene que ver con el señalamiento de las incongruencias del lenguaje o lapsus. Al hablar, el paciente comete errores, fallas o sinsentidos, que como ventanas al inconsciente dan la oportunidad de profundizar en lo latente.
En psicopatología de la vida cotidiana (1901), Freud hace todo un recorrido por los diferentes errores que se pueden producir en el complejo proceso del lenguaje, planteando que han de considerarse como rendijas por donde el inconsciente asoma dejándose ver.
Desde un gesto o actitud corporal que no concuerda con lo que el sujeto afirma, hasta una palabra que apareció cuando en realidad se quería decir otra. Sustituciones de letras que hacen que una palabra se transforme en otra (P.ej.: sexto-sexo), falta de recuerdo de un nombre o mención de un nombre cuando se quería decir otro. Frases extrañas, construcciones gramaticales bizarras, cosas que resaltan por ilógicas, palabras que están fuera de contexto, etc.
El analista ha de estar atento a estos sucesos porque en ese resbalón se produjo un cruce de caminos donde el inconsciente se mezcló con el discurso en un descuido de las defensas del sujeto, dejando escapar material que sin duda, merece la pena explorar. Exploración que producirá resistencias en el paciente y que conviene hacer con tacto sin llegar a la tozudez, pues el simple acto de señalar ya tiene un efecto por sí mismo.
Por eso se señala e interroga... ¿qué pasó?. Entonces el paciente dice... “en realidad no quise decir digo, quise decir diego”... ya, pero dijiste digo... ¿qué te sugiere digo?... En este acto de no dejar escapar aquello que se coló entre las defensas, el analista abre una nueva vía por donde explorar, una nueva conexión que quizás no se hubiera mostrado de no ser por el error. Puede que no nos lleve a ninguna parte, pero hay que confiar en que el resbalón no se produce por casualidad, sino porque algo empuja para ser escuchado. Como resultado de este señalamiento de las manifestaciones del inconsciente, el paciente va despertando una curiosidad por aquellas producciones que de manera sorpresiva emergen del inconsciente, aquellas que antes se apresuraba a enterrar con premura.
Como ejemplo de error en el lenguaje, traeré unas palabras donde más que un lapsus, el error tiene que ver más con lo ilógico de lo dicho. Hablando del silencio impuesto por su madre en relación a las vejaciones a las que les sometía su abuela, el paciente del que vengo hablando dice en determinado momento...
-         Si yo hubiese abierto la boca... era para matarla a palabras...
En este caso, la construcción de la frase es aparentemente normal, pero el significado encierra incongruencias... ¿cómo pueden matar las palabras?. Mi intervención pretendía puntualizar, pero en este caso también añadir la corrección al equívoco con objeto de dar salida a la palabra como forma de alivio...
-         Las palabras no matan... las palabras, en todo caso, sanan...
Dicha intervención parece haber tenido una huella en el paciente, pues las palabras parecen haber quedado grabadas en su conciencia, recurriendo a ellas en momentos en que siente necesidad de hablar: “las palabras no matan, alivian”. Más adelante, este “matarla” aparecerá en el discurso del paciente cuando recuerda cómo en ésta época de su infancia le echaba matarratas a la comida de su abuela con el objetivo de acabar con ella.
Otra forma específica de puntuación se lleva a cabo en la escansión cuando en determinado momento aparece un significante que el analista señala al tiempo que da por finalizada la sesión, con la idea de dejar al sujeto suspendido de aquello que apareció. El efecto de corte de la escansión instala un nuevo enigma o pregunta que circulará en la conciencia del sujeto buscando respuestas a nada que salga por la puerta.
Al final de una sesión, el paciente del que hablo  me cuenta lo que él califica como “una tontería que ha dejado para el final”. Relata cómo hace unos días,  “sin saber cómo”, terminó en una calle donde habían “clubs de alterne”... y “sin saber cómo”, terminó entrando a uno para... también “sin saber cómo”, sentarse junto a una chica y ponerse a conversar. Decido subrayarle sus palabras añadiendo un poco de ironía...
-         ¿Cómo se puede ir uno de putas “sin saber cómo”?.
Entonces me mira entre escandalizado y divertido, pero con una evidente dificultad para hablar de sexo y me dice:
-         tenía la sensación de estar haciendo “algo que me da miedo y a la vez gustito”...
-         Bien... “¿qué es eso que te da miedo y gustito a la vez?”... vamos a dejarlo ahí...
En este caso, subrayé sus palabras y añadí el interrogante para escandir la sesión. Sin duda, se fue con la cuestión del deseo rondando, pues la semana siguiente se presentó hablando de cómo toda la semana había estado dándole vueltas a la cuestión de las razones personales para hacer las cosas.  En una sesión posterior, vuelve a aparecer esta cuestión del miedo a ser pillado cuando habla de una escena de su adolescencia en la que él se queda a dormir con una chica en una de las casas de su padre. En ese momento, es él quien lo asocia... “como cuando fui al club, también tenía miedo de que mi padre se enterase... sentía miedo y placer al mismo tiempo”.
En otra sesión, comenta que, “sin darse cuenta”, se ha gastado un montón de dinero en viajes. Observamos cómo este “sin darse cuenta”, da cuenta, valga la redundancia, de cómo el sujeto intenta desentenderse de la responsabilidad de su deseo, como también trata de deshacerse de las consecuencias de su derroche al plantearme dejar se asistir a la consulta semanalmente para poder recuperarse económicamente. Antes de contestarle decido escuchar qué le ha pasado:
-         Empecé con un viaje... (me lo puedo permitir)... luego me compré el coche... (me lo puedo permitir)... me voy emocionando... me excito..
-         ¿Te excitas?...
-         ¡No pienses mal!... me animo... lo quiero todo y pienso que puedo con todo... me pierdo... dejo de pensar en el trabajo, en los compromisos... y sólo me dedico al placer...
Tras escuchar su demanda y sus razones para el aplazamiento de las sesiones, decido que es importante que se haga responsable de lo que hace, de manera que termino la sesión anunciándole que las sesiones seguirán de acuerdo a nuestro compromiso semanal, y que sus cuestiones económicas se las tendrá que solucionar él mismo.
Este pasaje puede ilustrar otra de las intervenciones del terapeuta, la frustración de la demanda en momentos en que se percibe al paciente en una situación de goce.
Para entender el valor de esta intervención en este momento, hay que tener en cuenta la situación de la que venía el paciente. Varias sesiones venía jugando a cómo ocupar la posición gozosa, preguntándose si sería posible tenerlo todo, si era posible no morir nunca (en relación a la sospecha que tenía sobre la edad de su abuela), si no era de justicia que los demás le diesen las cosas sin necesidad de que él las pidiese, etc., y en ese juego, se plantea la cuestión de faltar al compromiso de la terapia para reparar el exceso de gasto. La frustración de esa demanda era en ese momento de vital importancia, pues venía a recordar que “no se puede tener todo”.
A pesar de haber frustrado su demanda de asistir de forma quincenal, más tarde, el paciente anula algunas sesiones por su cuenta con justificaciones diversas.
En sesiones posteriores, comenta que su padre se ha vuelto a saltar un compromiso que había adquirido con él: “antes dije una cosa, pero ahora digo otra”. Mientras se queja por este asunto, yo le recuerdo que él estaba haciendo lo mismo en relación a nuestro compromiso de asistencia semanal. El subrayado de la literalidad de su frase (“antes dije una cosa, pero ahora digo otra”) en relación a la cuestión de las consultas parece sorprenderle. Su reacción al darse cuenta de que está haciendo lo mismo que su padre la comprobaré posteriormente en la transferencia  cuando en vez de corroborar el compromiso de asistencia semanal y luego saltárselo con excusas, me plantea claramente que no puede seguir en esa situación y me pide un cambio temporal en el planteamiento de la terapia antes de comprometerse. 
Otra forma de frustración de la demanda tiene que ver con el silencio del analista. El analizante viene en busca de respuestas sobre lo que le pasa, pero se encuentra con el silencio del analista  que frustra la demanda y deja al paciente en un vacío que le remite a si mismo. El silencio es ocupado entonces por la palabra del paciente, y en ese desplegamiento del discurso para explicar lo que le sucede es que esta irá dejando un rastro que remite al inconsciente.
Si el analista da las respuestas que el analizante le pide, estará rellenando ese vacío tan necesario y en definitiva, estará obturando el deseo que sin duda es el motor de la cura.
En el fragmento que incluyo a continuación se observan diferentes ejemplos de las intervenciones ya mencionadas, además de ilustrar la regla fundamental del psicoanálisis: la invitación a la asociación. La asociación libre pretende que la cadena del discurso no se rompa y que el sujeto pueda realizar saltos hacia diferentes tiempos de su existencia para sortear la rigidez de la memoria reciente y la represión. Valga decir que no se trata de tiempos cualquiera, sino de momentos de la existencia del sujeto que están conectados entre sí por la línea invisible e inconsciente que en definitiva es el camino que marca la historia del síntoma. Freud describía estos saltos temporales donde afectos y representaciones quedaban separadas por medio de la represión y encapsuladas para dificultar su acceso a la conciencia, refiriéndose a ellos como T1, T2, T3... etc. En este esquema T1 hace referencia a una escena o suceso originario y el resto de tiempos tienen que ver con momentos posteriores donde lo inconcluso trata de actualizarse en el presente buscando una resolución que no se produce, pero que se expresa empujando desde el inconsciente.
Podemos observar el valor de la asociación al principio de este fragmento, que parte de la sesión donde este paciente se da cuenta de que callar le hacía vivir como un zombie y que desemboca en la aparición de una frase que me llama la atención:
-         ¿Ni sentías ni padecías?...¿en qué otros momentos de tu vida te has podido ver en este “ni siento ni padezco”?
Las palabras “ni siento, ni padezco”, le llevan a otra época de su vida que recuerda penosamente y trata de mantener silenciada. Continúa:
-         Con la madre de mi madre... ella nos decía barbaridades, nos pegaba... nos humillaba... tenía libros de Franco y la Biblia... los leía, escupía, se mordía los dedos y se quitaba toda la yema, se hacía cruces, se rasgaba la ropa e insultaba a todos. Una locura... hablar de mi abuela me pone mal... tenía bolsas de basura abiertas por su habitación y muchas cosas raras... la cabeza de una muñeca pinchada en un palillo...
Cuando le señalo que parece que se trataba de una persona enferma, se instala en un estado defensivo... “no quiero saber”... “no quiero recordar”... Tengo odio hacia ella y no quiero cambiarlo... quiero que siga así, no quiero saber nada de ella. No quiero hablar porque tengo miedo de poder entender algo. No quiero sorpresas...”.
Parece que una verdad asoma y amenaza con poner en jaque todo el esquema imaginario del paciente, que se defiende.
-         No quiero hablar de ella... no quiero que se de un espacio donde se hable de ella... (se pone un dedo en la boca haciendo el gesto de silencio).
-         ¿te has dado cuenta del gesto que has hecho?...(señalando el gesto de silencio)... ¿qué significa para ti?...
Se trata de nuevo de una puntuación, en este caso de un gesto que parece tener cierto peso específico en la historia del sujeto y su silencio.
Tras unos segundos de silencio, el paciente angustiado dice:
-         No voy a hablar... tú estás tirando de la cuerda... y yo no voy a hablar.
-         Yo no quiero nada... simplemente guardo silencio y espero.
-         Esperas a que hable de mi abuela.
-         Espero a que hables de lo que quieras...
-         Es que del tema de mi abuela no quiero hablar... quiero seguir en el odio...
Yo sigo en silencio... pero parece que cada vez que hay un espacio vacío, algo pulsa por emerger desde su cárcel. Algo de lo que el sujeto se niega a dar cuenta...
-         ¡No voy a hablar de mi abuela!...
-         Me parece bien... el tiempo es tuyo y puedes hablar de lo que quieras... pero me llama la atención tu insistencia en no hablar del tema, y cada vez que se hace silencio y puedes pasar a otra cosa, vuelves a hablar de ella, aunque sea desde la negación... A mí me da la impresión de que hay algo que pugna por salir, algo que tiene que ser puesto en palabras... sin embargo, respeto su decisión...
-         Ya te dije el otro día que las palabras son peligrosas...
-         ¿palabras peligrosas?... en estos días hemos estado viendo precisamente que lo peligroso es el silencio...
Vemos cómo la decisión de no cerrar nunca más la boca se deshace cuando el sujeto toca con un tema profundamente negado. Ante la posibilidad de la emergencia de una verdad, el sujeto se vuelve a instalar en un goce silencioso que sin embargo duele porque algo empuja hacia la conciencia.
En cualquier caso, tengamos en cuenta que si del lado del analista, el silencio es una herramienta, del lado del paciente, el silencio es una forma de goce que hay que acotar por medio de la palabra.
Otra de las intervenciones analíticas se denomina construcción, y consiste en recoger fragmentos separados en la historia del sujeto y ofrecerlos relacionados con el objetivo de abrir una nueva conciencia. Un ejemplo típico de construcción es el tipo de intervención característicamente freudiana que él llamaba interpretación. Ej.: “Usted está así en la actualidad porque en la infancia le pasó esto otro...”. Este tipo de intervenciones orientadas a dar significado al síntoma fueron muy utilizadas por Freud y por muchos analistas posteriores, pero en la actualidad son poco frecuentes.
El objetivo de la construcción no es que el paciente llegue a cosas sorpresivas por él mismo, sino que se produzca un abrochamiento de dos aspectos relacionados, pero que permanecían separados en la conciencia del sujeto. Es como decirle: T1 tiene relación con T2, pero en este sentido no deja puertas abiertas, sino que son conclusiones cerradas. Se trata de algo premeditado, construido o elaborado que surge al conectar lo que se escucha durante el trascurso de la sesión con otras informaciones procedentes de lo que ya se conoce sobre el paciente.
En el caso que estoy presentando para ilustrar este asunto de las intervenciones del analista, hay un ejemplo de lo que podríamos concebir como una construcción.
El paciente presenta desde el principio una actitud quejosa en relación a cómo ciertas personas de su ambiente próximo le arrebatan aquello que le pertenece. Estas personas no son siempre las mismas, y los contenidos de su queja varían cada vez en torno a asuntos diferentes, pero siempre existe una relación de competencia en relación a obtener algo de sus padres. En determinado momento de una sesión donde la queja se hace especialmente presente, opto por devolverle lo siguiente:
-         Hoy escucho tu queja en relación a cómo tus padres han permitido que sea tu cuñado quien ocupe la plaza de garaje que tienen, dejando tu coche fuera. El otro día me hablabas del reparto de habitaciones de tu casa, donde tus padres otorgaron la más grande a tu hermana y su novio, mientras que a ti te quedaba la más pequeña... En general, te escucho situado en la queja de cómo hay alguien que se lleva lo que tú crees que te pertenece... Sin duda, esto tiene relación con esto que me contabas al hablarme de tu infancia, cuando señalabas que tus padres dirigían la atención a tu hermana...
En realidad, es una escena imaginaria. Él se coloca en el lugar del desfavorecido y se queja de que nunca le prestan la atención merecida. Sin embargo, en otra sesión, al contar detalles sobre otra escena de su infancia, comete un lapsus que le delata...
-         ...Yo notaba cómo la atención se desplazaba hacia mi hermana...
En ese momento yo intervení sobre el error lógico...
-         Si la atención se desplazó es porque antes estuvo en otro lugar... posiblemente antes estuviera en ti...
El sonrojo del paciente fue muy evidente. Quedó al descubierto en su trama y asomó la trampa de su queja. En realidad, el paciente siempre quería tener la atención y no soportaba cuando otro acaparaba la mirada de sus padres, en la que parece estar intensamente atrapado.
Antes de pasar a cómo se interviene sobre las escenas traumáticas, dedicaré unas palabras a la intervención que ha sido el núcleo de la doctrina y la técnica psicoanalíticas: la interpretación.
Pero antes, hemos de aclarar una cosa...
Si atendemos a su origen freudiano, la interpretación sería una especie de explicación de lo que le pasa al paciente en función de aquello que le sucedió en su infancia. La relación del síntoma con el trauma producía intervenciones tipo: “lo que le pasa en la actualidad tiene que ver con aquel suceso de la infancia donde...”. Hoy en día, este tipo de intervenciones, se conciben más del lado de la construcción, debido a que implican cierto grado de premeditación.
Lo que hoy en día se concibe como interpretación es otro tipo de intervención. Es en primer lugar una manifestación del inconsciente, que surge sin premeditación a partir de la escucha del analista a lo que manifiesta el paciente. Algo que surge de repente, como figura sobre fondo, en la conciencia del analista, saltando de la maraña del inconsciente a la palabra como lo hace el mensaje al oráculo y que tiene el efecto de sorprender a ambos, analista y analizante, invitándoles a explorar sentidos latentes.
Si entendemos el inconsciente como un lugar que está más allá de los sujetos y que no es propio de nadie, sino un espacio donde hay intercomunicación, surgirá sin duda la intuición de que el inconsciente habla por sí solo, poniendo en boca de los sujetos una verdad que va más allá de lo manifiesto.
Pondré como ejemplo una respuesta espontánea que pudo ser un gran error por el momento y la forma en que fue realizada, pero que por suerte tuvo un efecto posterior que de alguna manera ha vertebrado el proceso terapéutico. El paciente hablaba sobre cómo la madre le exigía que no dijese nada ante aquellas cosas en que estaba en desacuerdo, implantando una especie de ley del silencio sobre todos los miembros de la familia. Una ley de la que ella era dueña y señora, regulando cuando podía franquearse y cuando debía obedecerse. En un momento dado, sin pensarlo, le digo:
-         Parece que a los pies de tu madre no puede crecer vida...
-         No... ya se encarga ella de silenciarla. Tengo una madre que me manda callar y un padre que no me tiene en cuenta...
-         Un padre que se tira en marcha y te deja solo... (aludiendo a un sueño que me cuenta en la primera sesión, donde él va en un coche a la deriva y su padre se tira en marcha)
Decía que se trataba de una intervención arriesgada porque se produjo en el periodo de entrevistas preliminares, donde la intervención del analista tiene que ser paulatina y digerible. Más allá del momento, también era demasiado arriesgada por su contenido. Como me di cuenta gracias a la supervisión, decirle a un paciente que aquella mujer que le ha dado vida es como el caballo de Atila (que no dejaba brotar hierba allí por donde pasaba), es un poco salvaje. Sin embargo, la reacción del paciente a lo largo de las sesiones posteriores fue permitirse cuestionar la relación con su madre, poniéndola en entredicho y abriendo puertas para salir de debajo de una sombra que le impedía constituirse como sujeto en su deseo.
Tuve suerte porque la transferencia estaba bastante instaurada en ese momento, de manera que pudo sostener semejante intervención. Porque sea dicho de paso, sólo puede haber interpretación en el marco de la transferencia, cuando se ha establecido cierto grado de conexión entre el analista y el analizante por donde circulan contenidos inconscientes.
Finalmente dedicaré unas palabras a la intervención del analista cuando el paciente cuenta una escena traumática. No hay que olvidar que el recuerdo de lo traumático está profundamente afectado por lo subjetivo del paciente, que recuerda “lo que quiere o puede recordar”. Instar al paciente a hablar de una escena traumática, por muy vago que sea su recuerdo, le va a obligar a añadir detalles reales o imaginarios que, al ser desplegados, van a mover siempre un poco la idea que tenía el paciente de lo ocurrido. Poner palabras donde había silencio y poner contenidos donde había recuerdos inmóviles y parciales, contribuye a ir desanudando la verdad del trauma.
Cuando hablamos de escenas traumáticas, no solamente nos referimos a acontecimientos excepcionales, sino también a todos aquellos pasajes que se pueden suponer cargados de cierto valor o peso emocional en la vida del sujeto, bien por el momento personal en que se producen o por estar dentro de un proceso del desarrollo que suele acarrear cambios conflictivos. En el caso que vengo utilizando como ejemplo clínico, el paciente cuenta una escena que transcurre sobre los 4 años, en una época donde tras un error médico en la práctica de una operación en una pierna, le quedaron ciertas secuelas que supusieron, durante los 2 años siguientes, diferentes intervenciones e ingresos hospitalarios.
-         Recuerdo que durante una de mis estancias en el hospital, había en la cama de al lado,  un chico retrasado que me quitaba los juguetes...
-         ¿un niño retrasado?
-         Sí, en cierta manera me recuerda al novio de mi hermana, porque a él si le dan, y a mí no...
Al pedirle que pusiera detalles a la vivencia de su estancia en el hospital comienza diciendo que se sentía fatal porque no podía moverse a ningún lado... justo en ese momento, se silencia y sus ojos se humedecen. Dejamos la sesión en ese punto en una nueva escansión...
Sin embargo... ¿dónde están los detalles?. Aquí no los hubo, pero el ejemplo puede ilustrar cómo la simple invitación a ponerlos tuvo un efecto de encuentro con algo que no esperaba, algo que hubiera permanecido silenciado en su primer relato parecía abocarse a la superficie sin terminar de asomar.
¿Cómo hubiera sido la intervención si no se hubiese quedado sólo en una invitación que luego no secundé?... quizás preguntas del tipo... ¿cómo te quitaba los juguetes?... ¿no decías nada?... ¿cuál era la situación de los dos?... ¿cómo era la habitación?... ¿ambos os podíais mover?... En definitiva, invitaciones para que él aportase datos que sin duda faltaban, o datos que habían sido omitidos porque la realidad fue otra.
No sabemos dónde nos puede llevar, pero si tenemos en cuenta que el sujeto construye el recuerdo del trauma de los recuerdos que conserva, unidos de la manera menos amenazante, no es de extrañar que a poco que ponga detalles, estos vengan a jaquear la trama imaginaria que el sujeto se ha montado, moviendo la conciencia y facilitando una nueva visión de las cosas.
En la sesión siguiente me cuenta cómo las escenas de sufrimiento en el hospital, solían terminar cuando sus padres le llevaban siempre a comer patitas de cangrejo a un bar. Podemos ver cómo esa queja de un déficit vehiculizada por “a mi no me dieron”, parece resarcirse o anularse en las escenas relacionadas con la comida, donde por un lado, algo se alivia, pero por otro queda anudado al síntoma del sobrepeso.

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